Hay lo urgente, que no debe desdibujar lo importante. Conseguir resultados prontos, pero sembrando futuro, y no repetir más de lo mismo. Cambiar.  

Un gran vicio de nuestro Estado es que su mirada e instituciones son uni-sectoriales. Que solamente ven muy pocas variables de una ecuación más compleja.

“Gracias” a eso nuestras playas se contaminaron por décadas con heces para ahorrar tubería de desagüe, y en ese enredo institucional nadie sabe bien a quién le toca qué. Y por eso se prioriza solamente el día a día. Y las fotos (o los titulares), en vez de afrontar con alguna carta de navegación, los problemas verdaderos, los retos, las prioridades.  

Nuestros ministerios terminan siendo un contómetro de casitas, o de kilómetros de carretera, o de metros cúbicos de concreto o de turistas, en vez de orquestadores de procesos, verdaderos motores, generadores de cambios.  

Este absurdo (que esa ecuación de una sola variable, y sus fórmulas, llevan a error) lo entenderá bien y pronto un buen profesor universitario (UNI) e ingeniero calculista, además de ser a la vez un líder gremial (CIP) y de lan sociedad civil, Javier Piqué, quien debe estar acompañado para ello de colegios profesionales y universidades públicas.

Entender que lo cualitativo importa más que lo cuantitativo. Que hay que generar dinámicas y evitar inercias negativas. Leer oportunidades, hasta en las crisis. Y saber que hay que dar prontos resultados. Porque la tribuna, con razón, lo pide hace rato, pues hace rato que no pasa nada.

Para que la política del Perú, en vísperas del Bicentenario no dependa del fútbol.  Para que las obras y los ánimos no se desplomen, como ya pasó demasiado y mal. Y para que en el Norte haya, por fin, Norte. La primera prioridad, a cortísimo plazo, sería eso, que lo del Norte tenga norte.  

Que las obras no sean una lista de pedidos descosidos. Apadrinados por esos parlamentarios que ya hemos visto esperando almuerzos de la CSM. Y calculando sus postres.  

El ministerio debe tener una agenda clara y explicarla. Y aunque llamarse Vivienda sea poco (debería ser Territorio) ya ese portafolio incluye por lo menos urbanismo y saneamiento. Por tanto, se debe afrontar planes y proyectos con mirada territorial, de cuencas, de regiones, de viabilidad, y de lógica ambiental. 

Y dejar atrás esa vieja tradición fracasada de planes urbanos tan largos como inútiles, tan incumplidos como enciclopédicos. Hacer planes estratégicos y realistas, que digan dónde hacer qué, ya.  

Cómo, con quiénes… y con inversión privada acompañando inversión pública. Eso se puede y debe hacer en pocos meses, si se cambia la tramitología por inteligencia práctica, y si se invita a dialogar a los diferentes actores públicos y privados, de distintas escalas.  

Los planes no deben ser misteriosos ni solamente dibujitos o maquetas académicas, sino respuestas a interrogantes reales, a procesos, a crisis. 

Es especialmente urgente en el Norte. Y cambiar este desconcierto. Elegir bien qué se respalda y qué no. No confundir planes con simples listas.

Que se sepa que lo que se hace en Trujillo, en Piura, en Huarmey o en Catacaos (y también aquicito nomás, en Huaycoloro y el centro de Lima) no se inundará pronto de nuevo, por aceptar esas inmensas irresponsabilidades de otras autoridades en que se deshace planes y proyectos aprobados a capricho.

Se debe liderar como Estado lo que es prioritario para el país y el tejido de sus ciudades, orquestar.  Y exigir por eso que las obras en cada ciudad también reequilibren, que generen nuevas centralidades, que hagan ciudad y desarrollo, que corrijan escenarios acumulados de conflictos por las improvisaciones, los clientelismos y caudillismos que padecemos. 

No depender del MEF y su valoración sólo numérica para priorizar. Y entenderse pronto con regiones y municipios, ayudarlos institucionalmente a que se esclarezcan y tecnifiquen, a que las obras no sigan siendo autorretratos de políticos. 

Hay que corregir este triste espectáculo.  Sembrar un futuro mejor, hoy.